Mercedes Prado  
 

Alcorcón 2000

// 2000
Proyecto realizado junto a Gloria Prado para Capital Confort. Encuentro de arte público. Alcorcón. Madrid 


Queríamos crear un evento donde la comunicación fuera el protagonista y donde poder presentar todo el imaginario popular importado por una ciudad tan heterogénea como Alcorcón. Organizamos un encuentro en el que participaron una representación de varias asociaciones de carácter regional y de emigrantes que nos aportaron gran cantidad de material en imágenes referente a la cultura de sus pueblos.
Este encuentro se desarrolló a manera de merienda campestre tradicional, durante la que se realizó una proyección de diapositivas y vídeo con el material recogido anteriormente, donde se comparaba el continente y el contenido de la ciudad.
El intercambio y la comunicación dio cuerpo a este proyecto de arte público en el que lo objetual se desmaterializa, y lo real se fundió con el artificio en esta "macroinstalación" preámbulo de una reflexión sobre la multiculturalidad.


Texto para catálogo:

De la convivencia entre metecos, maquetos, charnegos, guiris y otros bárbaros.
El mundo está compuesto por un flujo continuo de personas que se desplazan de un lugar a otro del planeta. Estos movimientos responden a motivos muy variados, desde el puramente vacacional, hasta la necesidad de saciar el ansia de aventura, pero estos no transforman apenas el panorama, los movimientos que silenciosamente cambian el mundo son los desplazamientos de trabajadores, los traslados de refugiados políticos, los de los que huyen del hambre y la pobreza, en definitiva aquellos cuyos protagonistas pretenden una vida mejor. Desde que el hombre primitivo fuera en busca del fuego, como nos lo relata en su película Jean Jaques Arnaud, las civilizaciones se han ido creando a fuerza de intercambios, de cruces, de movimientos migratorios. Cada pueblo ha sido conquistado, destruido, invadido, o aliado de otros bien distintos que llegaban de tierras lejanas.
Hoy hablamos de los 450.000 ruandeses que se refugiaron en Tanzania, los 4,2 millones de trabajadores temporales filipinos en más de 160 países, los miles de Mexicanos que intentan conquistar el “norte” o los magrebíes que cada año se dejan la vida en la patera, por citar algunos de los 120 millones de personas que se estima viven en un país distinto al que nacieron.
Las migraciones internas de los países son igualmente importantes, aunque no tan traumáticas para el individuo ya que este no tiene que cambiar demasiado de estructura social, aunque sí de escenario/soporte de algunas costumbres culturales. La expansión de nuestras grandes ciudades con sus periferias, se debe a estas migraciones  de  zonas más desfavorecidas como Andalucía o Extremadura y en los últimos años,  a la venida cada vez más numerosa de emigrantes de fuera de nuestras fronteras que están cambiando el paisaje a una velocidad que no permite fácilmente la adaptación de los que están ni de los que vienen. 

Todas estas personas que se van incorporando se sienten desubicadas porque además de sufrir una pérdida de territorialidad y desarraigo, deben traducir gran cantidad de códigos comunicativos para adaptarse a la vertiginosa velocidad con la que se intercambian los mensajes, cualidad específicamente urbana. Por otra parte, la ciudad que les acoge ha perdido la identidad propia de su franja geográfica y de sus coordenadas culturales. Donde siempre ha habido una virgen que adorar, ahora se juntan varios dioses; donde la rutina se manejaba entre una cultura tradicional, nos encontramos que el vecino no nos entiende; donde se sabía todo del otro, ahora no tenemos referencias. Todo bajo la planificación macrosocial, que aboca a una estandarización urbanística, y en general el desarrollo unificado del mercado capitalista que va irreversiblemente homogeneizando los espacios.
Pero estos factores (o quizás por ellos) no impiden que emerja la diversidad. Los nuevos ciudadanos incorporan lenguas, comportamientos y un imaginario propio surgido de culturas diferentes al que no renuncian. La convivencia entre unos y otros genera procesos de hibridación y transiciones interculturales. Aunque los contenidos de identidad de estas minorías no responden tanto a la cultura que realmente practican como a la que han perdido y conservan solo en términos celebrativos en la intimidad.
El alma de una ciudad está en la capacidad de ensueño de sus habitantes, en sus recuerdos de la infancia y en sus leyendas, en los cuentos que trasladan a sus hijos, en su religión.  En estas ciudades con su conjunto de relaciones interculturales no es fácil discernir que es lo popular, si lo tomamos como la cultura tradicional propia y local. A todos los habitantes les une que sus puntos de referencia están lejos y sentirse o haberse sentido extranjeros. Esto le quita valor al término, o al menos se lo debería quitar porque ya todos han sido imbuidos por esa nueva cultura moderna y hegemónica que van adoptando los pobladores para desenvolverse en el mundo público. Este les obliga a mantener entre ellos complejas relaciones y no permite a nadie quedarse solo, a no ser a título de ficción, como cuando ciertos colectivos representan festejos de su tierra de origen intentando reafirmar su sedimento de identidad. Las nuevas sociedades civiles aparecen cada vez menos como comunidades enraizadas, entendidas como unidades territoriales, lingüísticas y políticas. Se manifiestan más bien como comunidades de consumidores, o sea,  grupos de personas que usan, comparten y disfrutan ciertos bienes que pueden ser urbanísticos, deportivos, musicales... y que les dan identidades compartidas.
Lo que define a una sociedad no es el proyecto de futuro que tenga en común, sino el murmullo constante y vibrante que crea el choque de sus partículas. Es el poder político el que se encarga de ese proyecto genérico, mientras la gente de a pie se ocupa de tejer lo cotidiano. Esta compleja urdimbre social queda tramada por diversos grupos de simpatía que se van generando como son las asociaciones de vecinos, las casas regionales, los centros de emigrantes... En cada uno de ellos se están formando espacios de opinión pública que sí deben incidir en el aparato político. Para que se formen dichos espacios de opinión contamos con el material informativo aportado por publicaciones o emisiones periódicas que es recibido por estas personas que lo comentan y discuten creando un círculo oral de comunicación.  El intercambio y valoración de estas noticias fomenta el enriquecimiento de las opiniones personales de cada uno de los miembros del grupo, siempre y cuando el hecho sea lo más cotidiano posible para que el individuo lo interiorice como posibilidad personal. Los medios de comunicación y por lo tanto los ciudadanos sobre los que revierte, trabajan alrededor de una serie de arquetipos e imágenes preconcebidas y admitidas por la mayoría que deja entrever una comunidad dominante, sus prejuicios y ataques hacia el resto.
El elemento fundamental de la comunicación es la imagen. Todas las sociedades funcionan a través de su imaginario colectivo, un mundo de representaciones sobre   las que se desarrollan las  funciones necesarias para la continuidad de la comunidad: consumación del presente, memoria del pasado y transmisión de conocimientos a la siguiente generación... Luego lo importante de cada cultura es el relato que los hombres, van haciendo de los acontecimientos, fijando unas imágenes, olvidando otras y acumulando una experiencia subjetiva. Digo los hombres y no los historiadores, digo los ciudadanos y no los políticos. Una idea transmitida a través de generaciones tienen más poder que todos los libros de historia juntos.
Los artistas, posibles historiadores de una sociedad democrática deben cambiar la idea de unas imágenes eternas y sustituirlas por unas construcciones consensuadas que pongan en cuestión cotidianamente la realidad. El arte público es otra alternativa al material informativo habitual, que debe incidir en los grupos de opinión y romper esquemas políticos y sociales,  ofreciendo distintos enfoques y haciendo vivir la reflexión dramáticamente frente al mero hecho de observación de los media.

Mercedes Prado