Mercedes Prado  
 

Escenas para un laberinto

// 1997
VI Festival de teatro de calle
. Alcorcón. Madrid
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Acción consistente en vender unos pisos imaginarios que se iban a construir en medio de una calle peatonal.
Los eslóganes publicitarios eran absurdos, pero la gente se interesaba por la oferta.



Texto para el catálogo:
En los años 50, gran parte de la sociedad española deja su tradicional forma de vida agrícola  para convertirse en industrial y urbana, cambiando el lugar de residencia  en aquel famoso éxodo rural.
Dejar las casas de labor, para vivir  en un tercero con cuarto de baño alicatado hasta el techo, se convierte en el símbolo de la prosperidad y así nos encontramos en los 60 con el gran “boom” de la industria inmobiliaria, que sobrepasa los límites de lo previsto.
En esta época, la arquitectura quería hablar de viviendas sociales que respondieran a las bases de un planteamiento urbanístico moderno, en el que fuera implícita la reforma y mejora de las condiciones materiales y morales de la sociedad, pero si nos damos una vuelta por las numerosas ciudades que se crearon en la periferia de las grandes metrópolis, solo escucharemos el sonido del dinero. Me estoy refiriendo a las fortunas que amasaron todos aquellos que permitieron que se construyese sin otra lógica que aquella que acompaña a la especulación, descuidando las más elementales necesidades para la vida del hombre.
Estos núcleos urbanos, creados precipitadamente sin planificación alguna, y con una gran escasez de espacios públicos abiertos como plazas y parques,  con el aumento de  población y sus automóviles, se han convertido en un entramado de arquitectura y urbanismo caótico.
Espacios saturados de información comercial, carteles coloristas que te invitan al consumo, a la cultura o la participación en asociaciones benéficas con la misma iconografía, consiguen que la gente, en un aturdimiento por saturación, no sean capaces de discernir entre lo uno y lo otro.
Pero estos mismos habitantes,   en una mezclan de gentes de diferentes ideas y razas, compartiendo el desorden urbano y la incertidumbre de la vida en la calle, nos dan un ejemplo de comportamiento ciudadano y tolerancia hacia la diversidad, con gran capacidad de participación en acontecimientos imprevistos.
No ha variado mucho la oferta de pisos a finales de los noventa. Tienes que elegir entre los mismos prototipos y los mismos pisos piloto, en unas construcciones mas  modernas pero desmedidas y sin criterios  estéticos en la mayoría de los casos.  La industria inmobiliaria sigue siendo una de las más rentables a juzgar por el gran número de promotoras y constructoras que existen y que nos venden un lugar para vivir, sea cual sea nuestra condición.  Para eso están los préstamos hipotecarios. Y así, empujados por la auténtica necesidad del hombre de tener un hogar, nos vemos imbuidos por uno de los grandes negocios de nuestro tiempo, que aunque te da facilidades para la entrada, te deja sin salida.
Las "ciudad jardín con grandes parques y zonas de ocio", las "viviendas unifamiliares en zona tranquila y bien comunicada", las " viviendas de lujo donde invertir en placer", como rezan las propagandas de inmobiliarias, son asequibles solo para unos pocos.
Al mayor poder adquisitivo, va unido el mayor poder de aislamiento social. El coche nos mueve de puerta a puerta, los lugares de ocio están en nuestra propia comunidad, y las nuevas tecnologías para la comunicación, hacen que no sea necesario pisar la calle.
El espacio público, espacio que compartimos con desconocidos, va quedando en manos de aquellos a los que su estatus no les permite anidar en la intimidad. Pero si perdemos la posibilidad de deambular por estos espacios, estaremos perdiendo un gran aporte de cultura humana y nos convertiremos en una especie solitaria y aburrida.
Mercedes Prado